El poeta estaba loco. Fugado de un manicomio, se escondió en una oscura cueva habitada por la demancia de un cazador loco cuyo único fin era encontrar el oso negro. Dicha demencia entró en el cuerpo del poeta loco y aumentó aún más su insania.
El poeta empezó a escribir sonetos sobre la muerte del oso negro, describiendo cómo el cazador que llevaba años acechandole rebanaba su cuello y se manchaba las manos de esa sangre oscura y deliciosa. Disfrutaba contemplando las fauces de la bestia y pensando cuántas víctimas habrían caído en ellas. En aquel instante, poeta y cazador se fundieron en uno, llevando al límite a un pobre hombre. Bajo sus pies, descansaba el cuerpo del oso negro, le arrancó la piel de cuajo y se cubrió su débil cuerpo. Se sentía poderoso: estaba cubierto por la sange y la piel que le habían llebado a la demencia.
El lápiz del poeta no paraba de moverse, cada vez, estaba más sediento de la sangre del animal y el lápiz destripaba las hojas como el cazador destripaba el oso. Su sed no tenía fin y sus manos tampoco veían el desenlace de tal atrocidad.
Días después, apareció el cadáver de un hombre delgado, con el rostro apagado y la ira en la mirada. Estaba desfigurado, tenía rasguños por todo el cuerpo y un cuaderno bajo el brazo.
miércoles, 31 de julio de 2013
martes, 30 de julio de 2013
"Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte" Bukowski
Si yo fuera lágrimas seria de azúcar, pues no hay sensación más dulce que se llora con dulzuras. Si el morir nos hace llorar, que el llorar sea lo más dulce que experimentemos, la libertad tiene sabor dulce.
Cuando era una niña me preguntaba por qué nací, qué era el destino y que haría en la vida. Poco tiempo ha pasado des de entonce y ya conozco la respuesta: nací para robar besos de las avenidas de la muerte, para llenar de dulzura las lágrimas de tristeza que ella nos produce.
lunes, 29 de julio de 2013
Hay un dinosaurio en el cajero automático
Hay un dinosaurio en el cajero automático y ha roto el cristal de la puerta. Pedazos de cielo esparcidos por enmedio de la calle, pedacitos de cristal creando un mundo mejor, lleno de colores y de alegrías. Nadie se dietiene a recojer el estropicio, todos obian el hecho de que hay un dinosaurio en el cajero automático.
Las calles se llenan con la hora punta de la tarde: autobuses llenos de estudiantes, coches con ejecutivos, madres con sus niños, abuelos que pasean ... las calles empiezan a cobrar vida, pero nadie gira la vista para aberiguar por que hay trozos de vidrio por el suelo, nadie se da cuenta que hay un dinosaurio en el cajero automático.
Un joven estudiante de medicina espera frente al cajero, conectado con su móvil olvida completamente su alrededor, olvida que hay un dinosaurio en el cajero automático, solo espera a su chica. Llega. Se dan un beso. Un beso que vuela por toda la ciudad. Efímero. Eterno. Un segundo en el paraíso basta para poder pasar por alto las estupideces de este mundo, como por ejemplo, hay un dinosaurio en el cajero automático.
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